PEDRO GÓMEZ Levante, 21-07-2012
He asistido al último
Consejo Escolar del colegio público en el que participo en calidad de
representante del Ayuntamiento (en mi caso, del grupo municipal socialista); un
consejo en el que se aprobaba la memoria del curso y se planificaba el
siguiente. Un consejo en el que ha flotado, como en los anteriores, a pesar del
buen talante de todos sus integrantes, docentes o no, la sensación de
impotencia frente a la incertidumbre de lo que puede deparar a sus escolares el
año próximo.
Se ha hablado de recortes,
pero también de los impagos de la Administración (más del 100% de su
presupuesto), de la demora en la publicación de las convocatorias de becas de
comedor, de transporte, de ayudas para libros… De la falta de directrices para
el próximo curso, sobre cómo organizar a los alumnos que vengan al colegio con
sus fiambreras porque no les ha llegado su ayuda, sobre el tan traído y
manoseado plan plurilingüe… La sensación de que el sistema escolar valenciano
está en manos de personas que, o actúan de forma coordinada y malévola para
deteriorarlo, de acuerdo con unas directrices políticas perfectamente diseñadas
para favorecer al sector ideológicamente más acorde con sus inclinaciones
electorales o, simplemente, son de una incompetencia descarada. O las dos, me
apuntaba una madre.
Un curso escolar convulso
que ha hecho mella en el ánimo del profesorado (recortes en salarios, escasez
de medios…) y en el de los padres y las madres. Y, pese a ello, allí estábamos,
para dar trámite a los requerimientos burocráticos del sistema. Porque creemos
en la escuela como servicio público, porque nos interesa la educación de
nuestros hijos e hijas.
Pero antes de escribir estas
líneas otra noticia me ha dejado aún más deprimido: la sentencia del Tribunal
Superior de Justicia valenciano sobre la ilegalidad de las obras del TRAM en su
paso por el Paseo Ribalta. Después de tantas manifestaciones de vecinos,
después de tantas denuncias de la oposición política, después de las
innumerables voces de expertos que apuntaban este desacato urbanístico… Y
después de tanta foto inaugurando un paseo perfectamente asfaltado y sin
trolebús, que rompe en dos una de las mejores singularidades de nuestro
patrimonio, después de haberse gastado el dinero de todos a manos llenas…,
ahora, o ya no habrá definitivamente trolebús, o, como en el caso del Plan
General, harán lo imposible para pasarse la justicia por el forro.
No sé qué harán. Pero lo que
sí sé es que el Paseo Ribalta definitivamente va quedar tal cual… Y no pasará
nada. ¿El trolebús quizá?
Se me asemeja, salvando las
distancias —económicas, claro—, con el aeropuerto sin aviones. Pero en este
caso todo, salvo los intereses de las empresas adjudicatarias, han sido
perjuicios: para los comercios, para los vecinos, para los conductores…
Tengo la certeza de que
a cualquiera que pone en entredicho estas obras (la del TRAM, la del
aeropuerto) se nos tilda de antiguos, de no estar con el progreso, de
antipatriotas, incluso. He percibido cometarios demonizadores. Pero cada vez
que paso por la plaza Cardona Vives o por la carretera de la Vilanova me invade
la sensación de que estamos sometidos, sin posibilidad de reacción alguna, a
decisiones de políticos y gestores cuya incompetencia es insondable. Porque si,
definitivamente, el aeropuerto no cuaja; si pasados los años el trolebús del
dichoso TRAM no mejora sensiblemente la movilidad de los y las castellonenses,
tendrán otra vez razones suficientes para poner a nuestra ciudad en el libro
guinness de los desafueros urbanos. Con el dinero de todos, no lo olviden.
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