RAFAEL FERRER Levante, 02-03-2013
En esta hora de España de
terrible crisis económica, social y política es extraordinariamente
recomendable la lectura o relectura de la obra clásica de Robert Michels Los partidos políticos. Un estudio
sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna (1911).
Entiende el sociólogo alemán que
todas las grandes organizaciones, y específicamente las partidarias, dada la
especialización que requiere su gobernanza, acaban rigiéndose por los
principios de la jerarquía y la burocracia, desde los que las decisiones
democráticas son imposibles.
Los lideres de los partidos
socialistas – analizó y basó sus conclusiones en el SPD alemán– , por más vocación que tengan al emerger,
terminan haciéndose conservadores de
su estatus y poder. La renovación se hace imposible, pues, técnicamente, el
dominio de la maquinaria del partido (o del Parlamento, en su caso) que
detentan los lideres instalados los hace insustituibles, y, desde el punto de
vista de la psicología, tampoco la “circulación de las elites, se ve
favorecida; los egos y el apego al poder de los individuos unidos a las masas
apáticas, ineptas y proclives al culto a la personalidad contribuyen a la
formación de una oligarquía, una especie de casta cerrada, refractaria a la
entrada de jóvenes lideres, salvo en la forma de lo que Pareto llama “reunión
de elites o amalgama de éstas”.
Siguiendo este discurso llegó
Michels a formular la conocida Ley de
hierro de la oligarquía de las organizaciones como ley sociológica
fundamental: la organización es la que da
origen a la dominación de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios
sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegantes. Quien dice
organización dice oligarquía.
Así pues, si los partidos
políticos son oligárquicos y no representan los intereses colectivos que
debieran, la democracia parlamentaria basada en las organizaciones partidarias
deviene imposible y no pasa de ser una engañosa tramoya de la minoría dirigente
para controlar a las masas inocentes de forma más racional y económica que el recurso directo a la violencia.
La cuestión hoy es –y sobre todo
en España donde el abismo entre los representantes políticos y los ciudadanos
parece insuperable– si se apuesta por una democracia radicalmente reformada o
por otra cosa indeterminada que habría que especificar.
Pero ya se sabe que no hay nada
nuevo bajo el sol. Desde los años 60 del siglo pasado la crisis de
representación de los partidos políticos clásicos propicio el surgimiento de
los llamados nuevos movimientos sociales –NMS– (feminismo, ecologismo, pacifismo,
antienergia nuclear, etc), que tratan de llevar de forma directa a las áreas de
decisión política las pretensiones e intereses de sectores sociales respecto a
temáticas particulares.
Frente al clásico paradigma de
las organizaciones políticas o sindicales constituidas según el modelo de la
elección racional (al modo Max Weber) –el conducente a la oligarquización,
según Michels– los NMS son innovadores
en cuanto a la ideología, base de apoyo, motivación, estructura orgánica y
estilo político: democracia directa, grupos de autoayuda, cooperativismo,
populismo, base social interclasista, temática particularista, organización
descentralizada, estructura fluida, valores antisistema, rechazo a las
organizaciones clásicas neocorporativistas, reluctancia al mundo institucional
de las administraciones públicas, protesta y presión social como método de
acción, autonomía frente al poder político, ausencia de base social firme y
miembros formales. Es decir, rasgos todos ellos configuradotes de un
contraretrato de lo que son los partidos políticos.
Si estos hoy son percibidos como
instrumentos corruptos, desprestigiados e inservibles para su función
representativa, ¿por qué no han sido desplazados por los NMS cuyas
características no son otra cosa que la replica virtuosa de los vicios de
aquellos? – Simplemente porque la propia
naturaleza de los NMS lo impiden, a parte de que su temática reivindicativa
particularista exige otras instancias institucionales que cohonesten y
concierten todas las pretensiones y objetivos diversos y aun contrapuestos en
la perspectiva del interés general.
Siendo así las cosas, la
moribunda democracia nuestra necesita una revitalización urgente por el fluido
social que circula por los NMS. Los partidos políticos han de abrir puertas,
tirar muros, limpiar escombros e implantar radicales normas de higiene contra
la corrupción. Y los NMS también
precisan de las organizaciones partidarias para no desperdiciar sus energías en
la esterilidad de una imposible democracia plebiscitaria y rouseauniana, ideación que condujo a R.Michels
precisamente, joven moralista, marxista y militante del SPD que fue, a comulgar
con el fascismo de Mousolini, personaje
del que llego a escribir que “traduce
en forma desnuda y brillante los deseos de la multitud”. También llevo a R.
Michels a aceptar del Duche el Rectorado de la Universidad de Perugia
en 1928…
La situación en España es explosiva.
Mientras las gentes del pueblo pierden su trabajo y su vivienda, desfallecen en
los comedores sociales y no ven en el horizonte otra salida que el suicidio,
los casos de corrupción, de rapiña y saqueo de los dineros públicos proliferan
por doquier y sus autores y responsables campan por sus respetos riéndose del largo me lo fiáis de la Justicia.
Y, sin embargo, no cabe rendirse.
¿La revolución? En los procesos revolucionarios siempre la carne y la sangre
la ponen los mismos, los de abajo. Moralmente no son recomendables y, además,
dado el arsenal tecnológico represivo de los estados modernos, resultan
imposibles. Así que no cabe otra alternativa que el pacto funcional entre los
que encarnen sinceramente la generación de los partidos de izquierda y los
portavoces de los NMS o Plataformas de reivindicaciones sociales.
Si al hilo de los últimos avatares mediáticos se me permite
personalizar, diré que entre Beatriz Talegón y Ada Colau debe existir conexión
y no enfrentamiento. A una y a otra convendría no olvidar el ejemplo de Robert
Michels.